Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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blog de Carlos Yusti

Carlos Yusti

Dibujo de Baudelaire

De joven uno era perseguido por esos fantasmas eternos de la poesía como Baudelaire, Lautremont, Verlaine y Rimbaud. Eran poetas, pero también eran personajes trágicos de ese gran teatro que era la poesía moderna. Uno quería vivir esa vida, deseaba estar al borde del abismo de los vicios y broncearse la piel con el sol nocturno de la melancolía. También uno anhelaba escribir poemas rotundos, sentar a la belleza en las rodillas y escupirla, sembrar un jardín con muchas flores malignas y ennegrecidas por el mal. Pero el genio y el talento para la poesía no se encuentran a la vuelta de la esquina ni en la barra del bar, ni en la nerviosidad nocturna y cortante de los suburbios. Muchos terminarán como borrachines sin obra, otros como poetas municipales y los más inconstantes acabaran quemando sus poemas y aceptando algún cargo burocrático en una dependencia del estado. Salvase de la poesía podría ser la consigna. Aunque Enrique Vilas-Mata asegura que lo dicho por Rimbaud “Hay que ser absolutamente moderno”, es la frase que ha dejado sus consecuencias irremediables, que ha marcado a tanto poeta mediocre que no cesan en su empeño de llegar a esos abismos baudelerianos a través del poema. 

 VIAJE SENCILLO A LO COMPLICADO

 

Carlos Yusti

Un hombre ciego se despedía de su amigo, el cual le dio una lámpara. El ciego dijo:

- Yo no preciso de la lámpara, pues para mí no hay diferencia entre claridad u oscuridad.

–Cierto – dijo su amigo-, pero si no la llevas tal vez otras personas tropiecen contigo.

- De acuerdo – dijo el ciego. Tras caminar un rato en la oscuridad, el ciego tropezó con alguien.

- ¡Ahhhh! – gritó el ciego.

- ¡Ay! – gritó el otro

- ¿Es que no has visto la lámpara? – dijo enojado el ciego.

- ¡Amigo! Tu lámpara está apagada – dijo el otro.

(Cuento de la tradición Zen)

Siempre me sorprendió ( y al mismo tiempo me producía una extraña gracia nerviosa) que Jorge Luis Borges se desempeñara como un agrisado bibliotecario al tiempo que escribía sus decantadas ficciones, sus ensayos como finos mecanismos de relojería lectora y esos poemas pulimentados con la piedra pómez de lo erudito.

Carlos Yusti

Un hombre ciego se despedía de su amigo, el cual le dio una lámpara. El ciego dijo:

- Yo no preciso de la lámpara, pues para mí no hay diferencia entre claridad u oscuridad.

–Cierto – dijo su amigo-, pero si no la llevas tal vez otras personas tropiecen contigo.

- De acuerdo – dijo el ciego. Tras caminar un rato en la oscuridad, el ciego tropezó con alguien.

- ¡Ahhhh! – gritó el ciego.

- ¡Ay! – gritó el otro

- ¿Es que no has visto la lámpara? – dijo enojado el ciego.

- ¡Amigo! Tu lámpara está apagada – dijo el otro.

(Cuento de la tradición Zen)

Siempre me sorprendió ( y al mismo tiempo me producía una extraña gracia nerviosa) que Jorge Luis Borges se desempeñara como un agrisado bibliotecario al tiempo que escribía sus decantadas ficciones, sus ensayos como finos mecanismos de relojería lectora y esos poemas pulimentados con la piedra pómez de lo erudito.

 

Dibujo de Carla Daniela (4 años)

AL BORDE DE LA DISPERSIÓN

 

Carlos Yusti

Como mi norte en la vida era no terminar nada, y tener muchas ocupaciones extrañas para desenredar el gran ovillo de la existencia, de joven comenzaba varios proyectos en simultáneo (participaba en un grupo de teatro juvenil, elaboraba caricaturas para una exposición, editaba con otro grupo de amigos una revista, etc.) con la firme intención de no concluirlos o dejarlos a madias. No lo hacía con premeditación y alevosía, sino que ya otros nuevos proyectos sobrevolaban en mi cabeza y debía acometerlos antes que se espantaran.

Un día decidí mandar al diablo todos los proyectos y conseguí trabajo con un turco que vendía electrodomésticos. Durante 4 años me aparté de todo en plan de convertirme en un espectador omnisciente. En esta etapa  descubrí a George Lichtenberg, personaje curioso de la filosofía que al morir dejó una serie de cuadernos con anotaciones breves y de una brillantez como de fogonazo. Lichtenberg tuvo la facultad de asumir varios proyectos a la vez sin terminar ninguno. Construía pararrayos, hacia cálculos de probabilidades lanzando por horas una moneda al aire, con su telescopio veía cada noche las estrellas y a su vecina que se prepara para dormir, llevaba un cuadro clínico de sus padecimientos reales e inventados y escribía de moda, ciencia y de cualquier tema que llamara su atención.  Su interés por las cuestiones del mundo fue variado y disperso lo cual lo convirtió en una mente prodigiosa en su tiempo y aunque nunca se movió de Gotinga los pensadores y autores más ilustres  de su época viajaban a esa ciudad de la baja Sajonia en Alemania con la sola intención de conocerlo.

Sicosis para Leer

FAULKNER, POR FAVOR

 

Carlos Yusti

El escritor que mitologizó el sur norteamericano sería una excelente calcomanía para William Faulkner. Es además uno de esos escritores que hay que leer de joven, tiempo en el cual ese deseo hormonal de encarar la literatura en mayúscula va unido a cierta irreverente fortaleza para leer y releer esos pasajes abstrusos y llenos de complejidades (u olvidos) gramaticales tan propios de su manera de narrar. No sin cierto desdén respingando  el crítico literario Edmund Wilson escribió que “…los pasajes ininteligibles por culpa de una profusión de pronombres, o que hay que releer por deficiencia de la puntuación, no son resultado de un esfuerzo por expresar lo inexpresable, sino los efectos de un gusto indolente y una labor negligente.”

Desde esa etapa de lecturas juveniles no he vuelto a leer a Faulkner, pero todavía me acompaña esa imagen (perteneciente a Luz de agosto) de aquella mujer sentada en mitad de un día caluroso, del polvo de una calle quemado por sol y de sus pensamientos bullendo en su cabeza como único patrimonio. Del resto de sus novelas están por allí en la estantería a la espera de una tan necesaria relectura.

Vuelo sin motor

 

Carlos Yusti

Aunque parezca anómalo la escritura es una actividad en solitario, pero la vida del escritor es todo lo contrario y allí están esos versos de Alberto Caeiro: No tengo ambiciones ni deseos. /Ser poeta no es una ambición mía./ Es mi manera de estar solo.

Al parecer se equivocaba Fernando Pessoa, a través de la voz de su heterónimo Caeiro, ser poeta es estar solo en la multitud, cuestión que aplica para los escritores en general.

Voltaire escribió que lo más funesto de la profesión de escritor era la inquina y envidia de los otros escritores, sin mencionar a los necios que mezclan espíritu de venganza y fanatismo para hacerle la vida a cualquier escritor un infierno portátil que le acompañará hasta la tumba.

Mi ideal de escritor era ser carcomido por el insomnio y el hambre que encerrado en su desaliñada buhardilla, y de espaldas al mundo, se enfrascaba a su tarea de escritura sin impórtale que su gran obra se publicara. Pero esta idealización romántica del escritor escondido en su torre de marfil jamás tuvo adeptos entusiastas entre mis amigos de farra y bohemia literaria. Para ellos el escritor ideal era ese que se inmiscuía en los vaivenes sociales y era un militante fervoroso por la redención de los pueblos sojuzgados.

Por un tiempo estuvo bien visto que escritores y poetas nadaran a contracorriente, que fueran el tóxico idóneo para espantar las moscas de la rutina y el bostezo social. Nunca declarados abiertamente de izquierdas, pero cuya actitud de desaliño y desplanche contracultural los ubicaba en esa orilla de intelectual progre. Esto les permitió darle mucha plusvalía curricular a su estado incivil y entrar por la puerta de servicio a las instituciones (burguesas) culturales que despreciaban, pero las cuales les permitiría subir un nuevo peldaño social y retomar su obra con más fiambre contestario.

Carlos Yusti

 

La biblia que es de esos libros que uno lee a ratos, no tanto por urgencias espirituales sino más bien por culpa de aquella sentencia de Borges: “Somos producto de la Biblia y los cantos homéricos”. Bíblicamente hablando me inclino más por los proverbios que por los salmos. Mi amigo José Carlos De Nóbrega ha publicado un libro, “Salmos compulsivos”, ediciones Protagoni, c.a 2011. A decir verdad los textos del libro tienen más de compulsivos que de salmos.

Antes de conocerlo personalmente leí primero sus escritos publicados en periódicos y revistas en los que notaba cierto desdén inteligente (y razonado) por lo sagrado. Luego hemos coincidido con nuestros amigos en común (nada comunes por cierto) que de alguna manera crean invisibles redes, necesarios puntos de encuentros. Después hemos conversado y bebido lo necesario. En nuestras diálogos, nada platónicos,  pasamos revista a ese zoológico de escritores de la ciudad de Valencia en la que escasean eruditos, pero sobran agoreros con título universitario, escritores de cubículo universitario, poetas con agudos despechos nostálgicos por las musas, novelistas de entelarañadas pasiones con obra que nadie lee y demás bicho de uña con veleidades de escritores domingueros, todos buscando un espacio en un medio cultural que aburre y lastra cualquier iniciativa artística. No obstante De Nóbrega  ha tratado de salir del bostezo valenciano de la manera más elegante: escribiendo.


Dime cosas sucias al oído

 

Carlos Yusti

Cuando era un militante pagano de un grupo literario pensaba que un texto con algunas groserías era más efectivo que un texto bien peinado y cuidando en extremo el uso de las palabras. Aprendí tarde que esos primeros escritos eran efectistas, pero nada efectivos. Cuando de literatura se trata la misma va referida en la utilización del lenguaje en una situación especial donde privan inteligencia, sensibilidad y profuso conocimiento de las palabras y las reglas para ordenarlas con cierta estructura sintáctica.

Uno cree que la literatura, tanto leído como la que se intenta escribir, debe enderezar el árbol torcido en tu alma y sucede que a medida que una trajina la vida y otras literaturas se percata que el trabajo de escritura debe mejorarse a cada instante, que es necesario podar y pulir las frases hasta lograr algo estético. Mi amigo poeta (Francisco Arévalo) tiene la teoría de que aquellos sabelotodos que viven preocupados por escribir bien, que sudan con eso del perfeccionismo estilístico no publicarán jamás y en el peor de los casos tampoco escribirán. Si se quiere escribir hay que apañárselas como se pueda con las palabras y salir al ruedo.


Alatriste visto por Y

Carlos Yusti

El escritor mexicano Sealtiel Alatriste fue objeto de críticas feroces (y fundamentadas). El detonante de los ataques fue el premio Xavier Villaurrutia otorgado al escritor. La acusación principal de las agresiones fue plagio. El final tuvo como saldo que Alatriste renunciara al premio, a su alto cargo cultural en la UNAM y admitiera que plagió en más de 500 artículos publicados en diarios y revistas. Algo pirático tiene eso de plagiar: aventura, peligro para no ser descubierto y seguir en la piratería robando los botines literarios más variados.

En los casos de plagios intriga la respuesta de los descubiertos. En nuestro país los casos que mi memoria tiene a la mano son los de Rafael Bolívar Coronado que no plagiaba, pero se apropiaba del nombre de escritores reconocidos y firmaba con ellos sus textos (e incluso libros completos). De igual modo confeccionaba antologías de poetas hispanoamericanos inventado poemas (y hasta poetas en un alarde de creación de heterónimos que el mismo Pessoa hubiese envidiado). Coronado hizo todas sus trapacerías en primer lugar, según sus palabras, debido a que él no era nadie en República de las Letras y por la urgente necesidad de “sacarle la telaraña a las muelas”.

Lolitas encerradas en el espejo de la locura

Ilustración: Carlos Yusti

Carlos Yusti

El escritor Vladimir Nabokov inventó a Lolita o más bien escribió la historia que retrata las peripecias de una niña de 12 años con un señor mayor (llamado Humbert Humbert). Nabokov tenía sus dudas sobre la novela. En primer lugar era el tema algo escabroso para un escritor serio, luego estaba que la historia que era un soberano invento. Los hechos narrados pertenecían en exclusiva a las elucubraciones imaginativa del escritor, hasta los moteles de carretera donde pernoctan los protagonistas, en una huida insensata (de esos oscuros deseos es muy difícil escapar), son sólo postales fijas de la inventiva literaria.

Al final la arrojó al fuego y de allí la rescató la mujer del escritor. Cuando la novela se publicó el griterío de la censura y las amonestaciones de la moralidad pacata no se hicieron esperar. Pero eso es ya otra historia.

Lolitas encerradas en el espejo de la locura

Ilustración: Carlos Yusti

Carlos Yusti

El escritor Vladimir Nabokov inventó a Lolita o más bien escribió la historia que retrata las peripecias de una niña de 12 años con un señor mayor (llamado Humbert Humbert). Nabokov tenía sus dudas sobre la novela. En primer lugar era el tema algo escabroso para un escritor serio, luego estaba que la historia que era un soberano invento. Los hechos narrados pertenecían en exclusiva a las elucubraciones imaginativa del escritor, hasta los moteles de carretera donde pernoctan los protagonistas, en una huida insensata (de esos oscuros deseos es muy difícil escapar), son sólo postales fijas de la inventiva literaria.

Al final la arrojó al fuego y de allí la rescató la mujer del escritor. Cuando la novela se publicó el griterío de la censura y las amonestaciones de la moralidad pacata no se hicieron esperar. Pero eso es ya otra historia.

Clarice Lispector, escribir para fracasar

Con las escritoras sucede que un buen número no alcanzan un siete en la clasificación de belleza, pero a la hora de enfrentarse con las palabras se requiere tenacidad, lectura e inteligencia antes que una cara bonita o un cuerpo para certamen de  belleza.

La escritora brasileña, de origen ucraniano, Clarice Lispector siempre fracturó estos monolíticos parámetros machistas. Era en verdad bella y tenía una inteligencia creativa como pocas escritoras en Latinoamérica. Su talento era proporcional a su belleza, pero al mismo tiempo no estaba interesada en brillar como cuiama, o una viuda negra, de las letras. No tuvo interés en ser despiadada a fuerza de inteligencia y no quiso ser filosamente profunda al momento de emitir juicios en sus crónicas o en alguna entrevista. Asumió con desden frívolo y sarcástico esa actividad subalterna del oficio: entrevistas, congresos literarios, etc. Su fortaleza siempre estuvo a la hora de escribir. Ida Vitale anota: “Los perfiles literarios se prestan a la convencionalidad: tanto espacio, tal enfoque. Pero Clarice Lispector, inmune a la convención, la dinamita. En una entrevista de 1974 le preguntan de qué tiene miedo. ‘Creo que tengo miedo del futuro. Siempre he tenido miedo del futuro. Creo que voy a hacerme cortar el pelo, ¿qué le parece?’ ¿No es esto dinamitar no sólo una entrevista, sino la importancia que la fama le está otorgando?”.

Nanacinder: Escribir desde la locura

Carlos Yusti

Mi amigo Pedro Téllez fue quien me proporcionó noticias de una publicación que realizaban los pacientes del siquiátrico de Bárbula en Valencia. Para mi resultó un hallazgo sorprendente. En primer lugar la escritura tiene mucho de terapia y de locura combinadas. Concebir mundos, con personajes y situaciones determinadas, a través de la literatura tiene como es lógico un poco de esa locura con método de la que dio muestras ese sempiterno personaje de Shakespeare llamado Hamlet. En segundo lugar para acometer la escritura de cualquier texto se necesita cierta coherencia para ordenar los pensamientos y darle una equilibrada transparencia a las palabras en esas cuerda tensa de la página en blanco.

Ambroce Birce o el diablo lexicógrafo

Carlos Yusti

Enemigos y amigos le llamaban el amargoso o el agrio Birce, pero también le concedian cierta genialidad para urdir historias de horror e ironía. La vida de Ambroce Birce, escritor, periodista y humorista, fue la de un nómada buscapleitos, luego dicen que se esfumó tras las polvareda levantada por la revolución Mexicana. Carlos Fuentes en su novela “Gringo Viejo” hace un bosquejo mitad invención, mitad mito y mitad realidad de su odisea; incluso hay una película, dirigida por Luis Puenzo y protagonizada por el también legendario actor Gregory Peck.

Después de su libro “Cuentos de soldados y civiles” el “Diccionario del Diablo” es lo que se podría llamar una joya de humor filosófico, de ironía amarga sobre lo humano y lo divino desde ese estilo típico de los diccionarios y en los cuales las palabras adquieren sus significados respectivos. Lo que sucede con en este diccionario peculiar de Birce es que las palabras de siempre adquieren un significado otro; un significado creativo, lleno de humor y crítica inesperada. Para Birce las palabras son sólo una excusa para exponer desde lo risible el mundo un tanto deschavetado que nos ha tocado en lotería.  Birce como buen satírico exprime las palabras hasta sacarle ese jugo cítrico/crítico. Con este diccionario las palabras salen de su eufemismo hipócrita y nombran el mundo desde una autenticidad cáustica. Birce le devuelve a las palabras un nuevo significado, pero no a capricho, sino apegándose a ese desplazamiento del significado en la realidad de todos los días. Por ejemplo:

 Arado, s. Implemento que pide a gritos manos acostumbradas a la pluma.

“La carrera literaria más difícil es la de lector”.
Macedonio Fernández

Carlos Yusti

Existe un consenso mayoritario entre escritores que tiende a considerar el medio literario como mezquino y sembrado de iniquidad en pequeña escala, al punto tal que parece haber más caballerosidad en el mundillo de los tahúres y apostadores. Sin mencionar el rechazo al por mayor de que es objeto todo escritor primerizo. En el medio literario hay egos para todo y muchas veces el ego se traspapela con el divismo y las pequeñas miserias humanas se desatan. Pero obviando ese infierno de guardarropía que es el ambiente literario siempre me ha intrigado ese salto que muchos lectores anónimos realizan hacia la escritura. Que los motiva cruzar el espejo de tinta impresa para aventurarse por el mundo de la palabra escrita.